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Europa: ni USA ni Islam. Enrique Ripoll

¿Comunismo o Capitalismo?, ¿Estados Unidos o Unión Soviética? La búsqueda de una tercera vía entre estas dos opciones político-económicas o la construcción de un espacio geopolítico frente a las dos potencia ajenas, fue la característica que definió la política europea de la segunda post-guerra (1945-1991). Característica que se convirtió en desafío, y que se saldó con un gran fracaso. Después del derrumbe del bloque comunista, una única potencia intenta ejercer el control planetario: los Estados Unidos de América, pero en su paseo triunfal por todo el orbe parece que encuentra escollos, realidades culturales que resisten ante la apisonadora mundialista, de entre ellas la que con más fuerza lo hace, la que quizás –lo dudamos seriamente– puede convertirse en un polo independiente de poder es el mundo árabe y musulmán, lo que aquí vamos a llamar el Islam. Y en Europa de nuevo las dudas, de nuevo las incertidumbres, nuestra clase política se muestra absolutamente incapaz a la hora de encauzar la voluntad de sus gobernados para que nuestro viejo continente vuelva a ser una potencia mundial de primer orden, el desánimo se extiende con fuerza entre los que apuestan por una alternativa propiamente europea y, frustrados ante la dificultad de fortalecer la idea de una Europa autónoma, ven en los dos nuevos dos polos –uno de ellos, el Islam, más imaginario que real– posibles aliados a la hora de su proyecto de construcción nacional, o simplemente un aliado ante la amenaza que supone el otro. De nuevo el mismo error: ninguno de ellos va a jugar la carta de la liberta europea, ambos son enemigos de esta posibilidad, una vez más la pregunta está mal planteada, o mejor dicho, está mal desde el momento que nos planteamos la pregunta; antes era “ni EE. UU. ni URSS”, ¿USA o Islam? La respuesta debe seguir siendo la misma: “Ni USA ni Islam por una Europa unida, grande y... armada”.


El problema de fondo es que tanto EE.UU. como el Islam tiene un doble conflicto con Europa: el puramente político, de voluntad de expansión y dominio; y el ideológico, pues en ambos subyace una concepción del mundo profundamente diferente, e incluso antitética con la de los pueblos de nuestra Europa.


En los EE.UU. a pesar de lo que nos quieran hacer ver los productores de esa gran maquina de propaganda que es Hollywood, a pesar del tan cacareado melting-pot y del “sueño americano” salpicado de lentejuelas y cancioncitas de Broodway, no existe una cultura común, en nada se parecen los granjeros de Minesota a los urbanitas de Harlem, o de Little Italy, ni a los chinos de California, ni tampoco a los hispanos de Florida. El American Way of Live es una “cultura-entelequia” son los mínimos comunes que comparten los anglo-americanos, irlandeses-americanos, italo-americanos, judeo-americanos, germano-americanos (aunque muy poca gente lo sepa, el grupo étnico más numeroso de ese país), con los escandinavo-americanos, los haitiano-americanos, los chino-americanos..., etc, unos rasgos comunes que hacen que la convivencia entre estos grupos sea soportable y no estalle en conflictos diarios y continuos, esos mínimos, la esencia del American Way of Live es poco más que base-ball, hamburguesas, un determinado concepto de la libertad individual, combinado con fuertes dosis de infantilismo sensiblero, puritanismo moralizante, intolerancia de raíz bíblica ante lo ajeno y fundamentalismo liberal-democrático. Una sociedad simple, con planteamientos elementales y maniqueístas que necesita también explicaciones simples y respuestas contundentes ante todo lo que concibe como amenaza a su “American Dream”.
En cuanto al Islam, es difícil, por no decir falso, referirse a éste como una unidad, o pensar que un único y compacto bloque árabe-islámico pueda actuar en la escena política internacional. Aparte de la tradicional división entre sunitas y chiitas, en el recorrido que nos lleva de Marruecos a Indonesia nos podemos encontrar con realidades político-culturales absolutamente diferenciadas e incluso enfrentadas: desde los alauitas de Marruecos y del ejército sirio a los wahhabitas de Arabia Saudita, desde regímenes religiosos como el del chiíta Irán –que apoya la lucha de la minoría chiita del sur de Irak contra Sadam Hussein– hasta el régimen difícil de catalogar del coronel Gadafi en Libia, donde se ha pasado de un entusiasta panarabismo a un desconcertante panafricanismo, después de sus varios fracasos a la hora de liderar una unidad del Magreb árabe; siguiendo por el laico régimen egipcio hasta los dos países herederos del socialismo nacionalista y panárabe de Nasser, gobernados por un mismo partido, el Baas, pero por dos facciones diferentes y mortalmente enemigas entre sí: Siria e Irak, por no seguir con los tabilán –o lo que quede de ellos– en Afganistán, las corruptas democracias petrolíferas del Golfo, el integrismo de inspiración saudita de Pakistán, los guerrilleros chechenos o el Frente Moro de Liberación de Filipinas, realmente ¿de quién de ellos espera ayuda y apoyo los europeos que ven en el Islam un potencial aliado en su proyecto de construcción nacional? Esta pregunta parece tener respuestas cambiantes según los acontecimientos de la política internacional van variando: en un momento pareció el Irán de Jomeini, luego la Libia de Gadafi, más tarde el Irak de Hussein y, lo más lamentable de todo, hoy incluso hay quien se ha atrevido a señalar a Bin Laden y su banda de forajidos internacionales para cumplir este papel.
Los Estados Unidos no han dudado en usar repetidas veces a su ahora teórico enemigo como pieza clave en su estrategia de dominio mundial. Así ha convertido a Arabia Saudita, el país musulmán más integrista en su gendarme del Pérsico, ha financiado la guerrilla separatista chechena en su lucha con los restos de Rusia, y se ha aliado con el Islam en Albania y Bosnia (1) para justificar permanentemente su presencia militar en los Balcanes y terminar con cualquier entendimiento entre las potencias europeas, en especial el entendimiento que más temen que es el de Alemania y Rusia.


También durante la era soviética usaron a los radicales islámicos a su antojo y la CIA fue la encargada de crear y dar forma a Bin Laden, Al-Qaeda y los talibán. Más allá de sus fantasmagóricas amenazas terrorista,  –son muchos los comentarios que apuntan los dedos acusadores de la barbaridad del 11S en diferente sentido al que lo hace la CNN–, Bin Laden y sus amigos talibán representan todo lo opuesto al alma europea: el hecho de destruir las milenarias estatuas de Buda por los mismos motivos que dinamitarían el Partenón, la catedral de Burgos o la Capilla Sixtina si tuvieren la ocasión, es más que suficiente para saber de qué tipo de gente estamos hablando. Es más, el islamismo de inspiración wahhabita que practica Bin Laden y compañía no tiene nada que ver con el Islam tradicional, si no que es precisamente una suerte de islamismo desposeído de ritos, de doctrina esotérica, de su herencia tradicional a la que se considera “pagana”, para imponer una particular interpretación de la primigenia doctrina del Profeta, hay que tener claro que el integrismo wahhabita es también enemigo del Islam tradicional, de ahí parte de la explicación a la terrible oposición entre Irán por un lado y Pakistán –Arabia Saudita- Bin Laden por el otro. Si tuviéramos que hacer un paralelismo con el cristianismo sería la misma diferencia que existe entre un catolicismo ancestral y un protestantismo puritano y exaltado, por cierto algo parecido a lo que se está extendiendo con fuerza por los Estados Unidos.


Si Europa quiere buscar los pilares sobre los que construir una potencia para el milenio que acaba de empezar, debe dejar de mirar en la dirección que le marcan los acontecimientos, y volver la mirada sobre sí misma: una Rusia todavía potente desde le punto de vista militar, una Alemania que aparte definitivamente sus complejos de enano político y además de ser una locomotora económica se convierte en el eje del continente, una Francia que desde el 45 ha sido el único estado europeo que se ha opuesto firmemente a convertirse una colonia yankee, una Italia fuertemente ideologizada, una España consciente de su enorme potencia político y estratégico son las que podrán dar nacimiento a Europa como potencia mundial. Y no nos olvidamos de los pueblos británicos (ingleses, galeses, escoceses, y escoto-ulsterianos) e irlandés herederos de las mejores tradiciones europeas: celtas, romanos, germanos, vikingos, y parte esencial e irrenunciable de Europa, que deben dejar de considerarse la costa occidental de Norteamérica, para participar en la misión a la que por historia, herencia y naturaleza están llamados, lógicamente siempre deberán mantener una relación especial con sus primos del otro lado del Atlántico, como Europa en su conjunto deberá hacerlo con todos los euro-americanos tanto del Norte como del Sur (2), pero siempre teniendo claro que son Europa y que Europa sin ellos nunca podrá estar completa.


Cuando le hablaban a Stalin del poder del Papa, siempre respondía con una pregunta, ¿pero cuántas divisiones tiene el Papa? Ésa es la realidad de la política mundial, para que Europa sea una verdadera potencia, deberá unir su desarrollo económico a una unidad política y a un ejército potente, sólo así su poder podrá algún día ser una unidad real, por eso hemos iniciado nuestro artículo expresando la necesidad de una Europa armada, por eso desde aquí lanzamos la idea de un la creación de un gran y único ejército europeo, del que además exigiremos que sea capaz de enfrentarse con éxito a cualquier amenaza que afecte a nuestras tierras, ya sea por la frontera Sur ya sea por la prepotente presencia americana en suelo europeo.
La crisis internacional provocada por los atentados del 11S parece entrar en fase de resolución, la incursión en Afganistán llega a su fin, y entre otras conclusiones podemos sacar que son evidentes las contradicciones en las que cae el Nuevo Orden Mundial a la hora de imponer su domino en este complejo mundo de principios del tercer milenio, aparentan actuar con planes infalibles pero también son patentes sus fallos y las situaciones que provocan no dan siempre el resultado que ellos esperan. Al principio era claro el apoyo de los EE. UU a la Alianza del Norte: ya que ellos no se atrevían a una invasión terrestre en Afganistán, los muyahidines les harían el trabajo sucio, y sufrirían las bajas que tanto teme el ejercito imperialista, más dado a devorar hot-dogs, frecuentar night-clubs y visitar al psicoanalista que al duro combate cuerpo a cuerpo. Conforme avanzaba la situación surgió el escepticismo sobre la naturaleza de la Alianza del Norte por sus posturas ideológicas, por su sed de revancha, y por sus apoyos exteriores. Finalmente se ha visto que el precio del miedo estadounidense al enfrentamiento terrestre y su apoyo a los islamistas del norte ha producido unos resultados desastrosos para los EE. UU en el terreno de las relaciones internacionales:

    -Se ha destruido un régimen creado por ellos para frenar la influencia soviética (y luego rusa) e iraní en la zona.
    -Se han enfrentado a su más fiel aliado entre los musulmanes no-árabes: Pakistán, debilitando interna y externamente su régimen.
    -Ha empeorado su situación con su mejor aliado árabe: Arabia Saudita.
    -Los dos grandes beneficiados del la nuevo situación y el nuevo gobierno de Kabul son las dos bestias negras de la diplomacia norteamericana y posibles aliados de Europa: Irán, que pese a los intentos de Jatami por introducir “reformas” sigue siendo un baluarte de resistencia al mundialismo, y la India, tradicional enemigo de EE.UU., y de Pakistán y hoy gobernada por los tradicionalistas hindúes del Bharatiya Janata.

El Nuevo Orden Mundial es vulnerable, la hegemonía yankee muestra demasiadas debilidades, a Europa sólo le falta voluntad para convertirse en el gran protagonista de la política mundial, como siempre lo ha sido, frente a EE.UU., frente al Islam y frente a quien quiera que se le ponga enfrente. Esa voluntad hay que hacerla despertar gritando en sus calles, en sus revistas, en sus foros de opinión, en sus bosques y en sus lagos, en sus catedrales y en sus museos, en las tumbas de sus héroes y de sus artistas, en Galway, en Moscú, en Stonehenge, en las ruinas de  Delfos, en el teatro romano de Sagunto, en la catedral de Estrasburgo, y frente a Notre Dame de París, en Poitiers, en Lepanto y en Covadonga. También este artículo es un grito desesperado.

Notas

(1) Lamentamos que los bosnios hayan tomado como referente de su identidad como nación, de entre los varios posibles, al Islam, algo casi anecdótico para ellos que ha propiciado una nueva división ideológica en una parte tan sensible de Europa, amén de una división interna en la propia Bosnia-Herzegovina al rechazar los croato-bosnios y los serbio-bosnios, católicos y ortodoxos respectivamente, el proyecto de ese  “estado-aborto” islámico que pretendía ser una Bosnia unificada y mirando a La Meca.
(2) Evitamos usar los confusos términos “hispano-americanos” y “latino-americanos” en los que se engloba además de los “euro-americanos” de origen verdaderamente latino a indígenas, afro-americanos, y todo tipo de simbiosis racial y cultural que compone la América que habla castellano y portugués. Asistimos también atónitos a la actual moda de la mal llamada “música latina” bautizada así fundamentalmente por los semi-analfabetos medios de comunicación estadounidenses: salsa, merengue y demás que no son otra cosa que ritmos afro-caribeños adaptados, eso sí cantados en español; siguiendo el mismo razonamiento, ¿acaso deberíamos nosotros referirnos a las bandas de rap neoyorkinas como “autores anglogermánicos”?

Enrique Ripoll

1 comentario

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Excelente..
Realmente bueno, cuando cree mi sección "biblioteca" en el blog, lo incluiré como artículo.