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El Proyecto Aurora: una comunidad de reflexión por una nueva visión del mundo [Editores de la Revista Hesperides]

I. El Proyecto Aurora: una comunidad de reflexión por una nueva visión del mundo

 

1. ¿Qué es el Proyecto Aurora?

El Proyecto Aurora se constituyó el 2 de enero de 1993. Contra lo que es habitual en todas las asociaciones, nuestra preocupación inicial no fue buscar una vía de financiación estable ni ganar inmediatamente una amplia masa de afiliados, sino que lo que nos preocupaba era, sobre todo, ser capaces de hacer algo interesante. Todos los que nos dimos cita aquí teníamos tras nosotros una larga experiencia de compromiso asociativo, tanto en el campo de la política como en el de las iniciativas culturales, pero esa experiencia no había sido enteramente satisfactoria. Por otra parte, cada cual procedía de un campo distinto, campos que en ocasiones se habían mostrado divergentes cuando no claramente antitéticos. Esa divergencia, a priori, dificultaba las cosas. Y, sin embargo, a todos nos movía un impulso común: la severa crítica de la situación presente de nuestra sociedad, la constatación de que los caminos que habíamos transitado con anterioridad -incluso los aparentemente "instalados"- ya no llevaban a ninguna parte y, lejos de cualquier derrotismo, la decidida voluntad de dar nacimiento a una respuesta que realmente fuera capaz de oponerse al desorden establecido.

Ante todo, teníamos que demostrarnos a nosotros mismos que era posible trabajar juntos a pesar de nuestras diferentes sensibilidades y nuestra distinta formación personal. Era imprescindible comprobar que este tejido funcionaba de modo orgánico. Después, el Proyecto Aurora redactó un Manifiesto: era su declaración de intenciones, la denuncia de aquello que detestamos, el esbozo de lo que queremos y la designación de la tarea que nos habíamos atribuido. Posteriormente, el número 1 de la revista "Hespérides" fijaba el marco histórico en que nos vamos a mover: ese fin de la Historia que los apologetas del sistema dominante interpretan como parusía profana de la modernidad, pero que nosotros experimentamos como un fin de ciclo opresivo y oscuro. Hoy, el Proyecto Aurora ha demostrado que el proceder de ámbitos distintos no tiene por qué ser un inconveniente, sino que puede resultar enriquecedor; del mismo modo, se ha avanzado en la definición de un cierto estilo de "contestación" susceptible de ser compartido por todos aquellos que experimentan desasosiego frente a la brutalidad de nuestra civilización técnica; en fin, hemos llegado a la convicción de que el camino escogido no nos va a llevar a un nuevo fondo de saco y que el Proyecto es ya una plataforma óptima para la participación de todos aquellos que puedan y quieran comprometerse en la elaboración de un espacio de resistencia frente al sistema.


2. La jornada de Torrelodones

Ese fue el sentido de la Primera Jornada del Proyecto Aurora, celebrada en la Casa de la Cultura de Torrelodones, en la sierra madrileña, el 27 de noviembre de 1993. Su objetivo era comunicar una vía alternativa. Y su título, "Qué hacer", no fue tampoco una elección arbitraria, porque realmente era eso, "Qué hacer", lo que se puso encima de la mesa de debate.

Para la vida del Proyecto, la jornada de Torrelodones tuvo un carácter que podríamos definir, sin exageración, como "fundacional".. Fue allí donde se dio el salto desde el "sabemos lo que no queremos" hacia el "sabemos lo que queremos". Porque desde una perspectiva negativista es fácil lograr acuerdo: son muchas las cosas que no gustan a mucha gente. Y además son, con harta frecuencia, las mismas cosas: el horizonte chato de una vida dedicada al mero consumo, el aire irrespirable de una sociedad donde no se sabe por qué estamos juntos, el sinsentido de un pueblo que ha renunciado a sí mismo, a su pasado y a su destino... Son problemas que nuestros contemporáneos viven con creciente intensidad, porque no se trata de etéreas discusiones de salón, sino que se traducen en verdaderos dramas personales. Cada vez está más extendida la impresión de que el origen de la crisis actual se halla en la pérdida absoluta de valores, porque la persona es incapaz de sobrevivir en un entorno sin valores, sin referencias claras que dicten normas de conducta.

¿Cuáles son esos valores? Básicamente, los que desde siempre han construido la idea de humanidad civilizada: la tradición que une y religa a los hombres, la familia que crea una instancia de permanencia y de solidez, etcétera. Por el contrario, nuestro tiempo es el fruto de un largo período durante el que esos valores han sido sistemáticamente cuestionados y devorados por una crítica de corte nihilista que es consustancial al proceso ideológico de la modernidad. Ese hombre sin valores, sin referentes propios, sin tradición, sin cultura y sin historia, vaga por nuestras sociedades como el hombre sin atributos del que hablara Musil y proyecta su mal sobre los diferentes niveles de su entorno: la familia, la sociedad, la política, la economía... La inestabilidad emocional y los conflictos generacionales han destruido ese vínculo de arraigo que era la familia. El atroz individualismo de nuestro "way of life" ha reducido la sociedad a un mero "sistema de egoísmos" que genera convulsiones de todo tipo. En el plano político, esa pérdida de referentes ha dado lugar a unos apara tos estatales sin alma, regidos por una oligarquía tecnoeconómica y por la burocracia de los partidos, que gestionan la presunta libertad del hombre-masa. Al no haber una apuesta de destino colectivo, las estructuras políticas quedan sometidas a meras relaciones de beneficio entre grupos de presión y la economía se convierte en único horizonte del hombre y del mundo. Ese supuesto "nuevo orden del mundo", hoy en avanzada construcción, no pretende sino extender esta visión a todos los rincones del planeta para conseguir la edificación de un gigantesco mercado mundial. Para ello debe destruir todo lo que diferencia y pluraliza la vida: naciones, estados, pueblos, culturas, religiones.., en aras de un sincretismo mundial claramente totalitario.

Muchos coinciden en esta crítica al sistema presente, cuyos perfiles adquieren claridad día a día. Es fácil, en efecto, discernir qué es lo que no nos gusta. Sin embargo, es mucho más difícil lograr un acuerdo desde un punto de vista positivo: qué es lo que nos gusta; qué es lo que queremos; cómo hacerlo. En la Jornada de Torrelodones, el Proyecto Aurora ha tratado de esbozar una vía de respuesta a estas preguntas atacando el problema de frente. ¿Cuál es el objetivo? ¿Cuál es el enemigo? ¿En qué realidad nos movemos? ¿Qué es lo que no hay que hacer? ¿Cuál es el mejor camino? ¿Cómo vamos a actuar? Lo que este informe pretende es comunicar nuestras primeras tentativas de respuesta.


3. El objetivo

¿Cuál ha de ser el objetivo? En una primera aproximación, digamos que nuestro objetivo es tomar el relevo de las ideologías dominantes. Si este mundo es así no es por azar o por alguna extraña conjunción astral -o, al menos, no sólo por eso-, sino, fundamentalmente, porque éste es el mundo deseado por las ideologías modernas, el mundo que muchos siglos de utopía habían designado como objetivo que había que alcanzar. Estamos viviendo el fruto de un programa: el programa de la modernidad. La disolución de las familias, la disolución de los pueblos, la disolución de lo sagrado y la disolución de las culturas no son accidentes, sino consecuencias de una determinada visión del mundo que consideraba que el clan, la etnia, la cultura y el espíritu eran obstáculos para que una noción divinizada del individuo emprendiera su libre vuelo emancipador. Por el contrario, la visión del mundo en que nosotros nos reconocemos considera que esos presuntos obstáculos no son en realidad tales, sino todo lo contrario: la familia, el pueblo, la cultura o la religión son instrumentos que permiten al hombre encontrar un sentido a la vida; en definitiva, son valores sin los que el hombre termina perdiendo su humanidad, léase su imagen divina. El sinsentido de nuestra civilización nos autoriza a pensar que ha sido el desdeñar tales valores lo que nos ha hundido en el marasmo presente. En consecuencia, nosotros, que defendemos una idea superior del hombre, hemos de procurar restaurar esos valores básicos asesinados por las ideologías de la modernidad. Por eso podemos decir que nuestro objetivo es tomar el relevo de las ideologías dominantes.


4. El enemigo

¿Contra quién hay que luchar? ¿Quién es el enemigo en esta guerra de almas? Durante mucho tiempo, Occidente pensó que el enemigo era el comunismo; pero la sociedad que el occidente moderno ha creado resulta igualmente inhumana, y el hundimiento del comunismo nos ha permitido percibir esto con mayor claridad. Hay que tirar por elevación. Tampoco podemos contentarnos con visiones conspirativas de la Historia, como si el actual estado de sumisión de nuestros pueblos fuera producto tan sólo de alguna colusión de mentes torvas; porque ningún poder dura si los súbditos de ese poder no quieren que dure. Del mismo modo, carecería de sentido adoptar el perfil psicológico de la vieja derecha, que culpa de todos nuestros males al Gobierno del PSOE; en última instancia, no olvidemos que "nuestros males" no son sólo "nuestros", esto es, españoles, sino que son compartidos por toda Europa, y en cuanto al PSOE, recordemos que durante diez años ha sido elegido una y otra vez por muchos millones de españoles, y que la propia derecha política estima que imitar al PSOE es el mejor modo de llegar al poder. No: si las cosas son como son, es porque la mayoría de la sociedad está de acuerdo en que sean así. Ciertamente, es un acuerdo pasivo, tácito, descomprometido, conformista, quizás irreflexivo. Pero el consentimiento existe. Y existe porque, más allá de las eventuales cuestiones de la política cotidiana, hay un amplio consenso sobre la ideología que predomina en la sociedad. Por consiguiente, el verdadero enemigo en nuestra guerra es la ideología dominante, ese consenso mudo que es la forma actual del poder.

¿Cómo definir esa ideología? La crítica de la ideología dominante es una de las tareas fundamentales de nuestra reflexión, y su configuración es tan compleja que permite ser enfocada desde muchas perspectivas diferentes. Digamos, en todo caso, que podemos describir el discurso dominante como la conjunción del individualismo, el igualitarismo y el universalismo moderno. El individualismo ha hecho creer al hombre que los pueblos y las comunidades no tienen sentido; el igualitarismo ha hecho creer a las sociedades que toda especificidad cultural, histórica o de otra naturaleza son amenazas para el orden del mundo; el universalismo moderno, en fin, ya bajo forma de expansionismo económico, ya bajo forma de cosmopolitismo cultural o ya bajo forma de mundialismo político, ha hecho creer a hombres y pueblos que la homogeneización del planeta entero es la mayor aspiración de la humanidad. El resultado de la conjunción de esta galaxia ideológica es un mundo gris, donde todos somos átomos iguales pero egoístas, que flotan a la deriva en un mar sin espíritu y sin olas, en una existencia, en definitiva, sin sentido.

¿Cómo puede sobrevivir esa galaxia de ideas si por todas partes es evidente la crisis y el colapso que nos rodea? ¿Es que la gente no se da cuenta? Sí, la gente lo percibe, pero sólo percibe los efectos, no las causas. Tomemos el ejemplo de las drogas: todo el mundo clama contra ese nuevo jinete del Apocalipsis que cabalga por vía intravenosa, e incluso es frecuente escuchar que la culpa la tiene el ambiente hostil de nuestras ciudades o la frustración de los jóvenes, pero ay de aquél que ose decir que el ambiente hostil de nuestras ciudades es producto de una forma de vida rota y fragmentada, donde las familias han quedado reducidas a mero albergue del adolescente y donde se ha perdido el sentido de la comunidad, y que la culpa de eso la tiene el individualismo de las sociedades modernas; o ay de aquél que diga que la frustración de los jóvenes obedece a la desespiritualización de nuestras vidas, a lo poco estimulante que resulta un futuro consagrado al dios del consumo, y que la responsabilidad hay que buscarla en una ideología social donde los dioses ya no existen. Quizá muchos asentirán, y de hecho no es difícil encontrar críticas en este sentido, pero los vigilantes del orden, la policía de los medios de comunicación, hablarán rápidamente de "coerción de la libertad del individuo". Otro ejemplo: los sangrientos choques multirraciales de Los Ángeles han hecho correr mucha tinta, e incluso hay quien ha aventurado -así el psicólogo Rojas Marcos- que esa violencia atestigua la dificultad de constituir una verdadera sociedad multirracial, de donde podría concluirse la necesidad de respetar las especificidades étnicas; sin embargo, la mayor parte de los analistas oficia les insisten en reducir la cuestión a un mero problema de marginación económica. Y quien ose insinuar que estos sucesos desmienten el dogma del universalismo igualitario impuesto en Occidente, será rápidamente relegado al purgatorio de la reacción.

Hemos llegado al núcleo de la cuestión. En la crítica de la sociedad contemporánea encontramos siempre un muro infranqueable: el de los valores dominantes. Unos valores que van más allá de las propias ideologías y que son, en definitiva, los que permiten que sigan sobreviviendo unas ideologías agonizantes.


5. El universo de los valores

Descrito el paisaje, el Proyecto Aurora extrae de aquí una conclusión trascendental: hemos de tratar de contestar la tiranía de los valores dominantes. No obstante, conviene detenerse en esta cuestión, porque la conexión entre las circunstancias políticas y sociales y las ideologías y valores no es obvia para todo el mundo.

Apresurémonos a decir que este salto desde la ideología hacia los valores no es nada nuevo. Desde el neomarxjsmo hasta la Teoría de Sistemas, pasando por Vilfredo Pareto, los análisis contemporáneos de la estructura social vienen a decir que los valores son el verdadero motor de todas las sociedades. Vilfredo Pareto decía que, más allá de las ideologías, hay unos "núcleos" en la mentalidad individual y colectiva que determinan las actitudes ante la vida, y que son esos "núcleos", racionalizados, los que dan lugar a las ideologías. No es difícil reconocer en esos "núcleos" una formulación positivista de lo que entendemos como valores.

Otro italiano, el comunista Gramsci, pensaba algo muy parecido. Como es sabido, Gramsci dio un giro considerable al análisis marxista clásico. Según Marx, la base de la sociedad (la infraestructura) estaba constituida por la economía y las relaciones de producción; esa infraestructura determinaba cuál iba a ser la estructura política, pero además exigía una visión del mundo que legitimara ese estado de cosas, y eso era la ideología, que ocupaba el lugar de superestructura al servicio de la infraestructura económica. Gramsci, por el contrario, se dio cuenta de que la realidad era inversa, a saber: eran los cambios en la superestructura los que podían determinar los cambios en la infraestructura, porque la ideología social no era un relato elaborado a posteriori para justificar tal o cual sistema, sino que era un discurso fundador que sentaba las reglas del sistema de convivencia. Por eso Gramsci sostenía que la vanguardia de la acción política debía ser una élite de "intelectuales orgánicos" que fabricara un nuevo discurso fundador.

La diferencia entre los dos sistemas se nos hace hoy patente: en la vieja URSS, apegada al análisis marxista clásico, el cambio radical de la infraestructura económica y setenta años de opresión espantosa no han conseguido erradicar la religiosidad (de hecho, tanto Stalin como, sobre todo, Breznev, tuvieron que recurrir a la cultura popular tradicional para cimentar un poder que se debilitaba); por el contrario, los partidos comunistas de Occidente, más inclinados hacia el análisis gramsciano, han conseguido en relativamente poco tiempo que la mayoría de los intelectuales, artistas, cineastas, profesores, periodistas y, en suma, todo lo que constituye la élite cultural, abanderen ideas de izquierda, incluso cuando el comunismo ya no es más que una reliquia. Se ha conseguido algo formidable: que un mundo económicamente capitalista adopte una mentalidad socializante, y que esa mentalidad se extienda a todos los hábitos de nuestra vida comunitaria, desde la educación hasta las propias parroquias de barrio. Y eso ha sido así porque los valores, en efecto, son la base de la sociedad, y quien conquista los primeros termina dominando la segunda.

Hacia los años cincuenta y sesenta, el sociólogo norteamericano Talcott Parsons elaboraba en este sentido su teoría social a partir de la Teoría General de Sistemas: toda sociedad está compuesta por una agregación jerarquizada de niveles donde el nivel más alto en la jerarquía lo ocupa el sistema vital; éste engloba al sistema cultural, o sea, los valores, que engloban a su vez al sistema social -el tipo de sociedad que una comunidad construye-, y que engloba nuevamente al sistema político y al sistema económico. Más que sus partidos o sus relaciones de producción, lo que de verdad determina el carácter de una sociedad es su visión del mundo.

En otro orden de cosas, es preciso llamar la atención sobre un punto, y es que esta visión de la sociedad da la razón a quienes pensamos que el hombre no puede definirse como mero individuo consumidor (el horno œconomicus de las teorías liberales) o como "Yo" absoluto desligado de todo vínculo cultural y étnico, sino que la posición del hombre viene definida por los valores de la comunidad histórica y cultural a la que pertenece. En definitiva, los análisis completos de la realidad social dan la razón a quienes mantenemos que el individualismo, el igualitarismo y el universalismo moderno parten de un a priori erróneo, a saber: una idea equivocada, soñada, de la naturaleza humana.


6. Lo que no hay que hacer

Ya sabemos cuál es nuestro objetivo, cuál es nuestro enemigo y cómo es el campo de batalla. Y bien: ¿qué hacer? También en este aspecto es conveniente descartar de antemano determinadas opciones. Hay, por ejemplo, quien insiste en cultivar viejas banderas pensando que la certidumbre de su fe se impondrá algún día sobre la perfidia del paisaje contemporáneo. Pero nunca en la Historia ha sucedido que un pueblo vuelva masivamente los ojos a etapas pasadas de su trayectoria con el ánimo de resucitar estandartes que llevan largo tiempo criando moho, sobre todo cuando el enemigo -otra vez la guerra cultural- ha echado tanto estiércol sobre ellos. Otros confían en el advenimiento de un jefe providencial dispuesto a barrer a sangre y fuego este mundo de perdición. Pero tal tesitura nos obliga a estar con los brazos cruzados, dolientes y maledicentes, hasta que llegue este nuevo Santiago en su caballo blanco, y por otra parte, nada se dice acerca de qué aportaría este futuro redentor político a una sociedad que ya no se puede gobernar desde determinadas ideas.

Hay una tercera posición: la de quienes creen que es posible practicar el "entrismo" en los partidos convencionales, sobre todo en los de la derecha, o incluso en la izquierda comunista -hoy reducida a la triste condición de personaje en busca de autor- para "contaminar" ideológicamente sus aparatos y cobrarse el poder. Pero, que se sepa, nadie ha conseguido jamás llevar a buen puerto tales intentos, que además pasan por alto algo fundamental, a saber: que el aparato en cuestión esté dispuesto a dejarse conquistar. Por otra parte, basta observar el funcionamiento interno de los partidos convencionales para constatar que sus posiciones rara vez proceden de presupuestos ideológicos, sino que suelen ser el resultado del juego de intereses de los grupos de presión.

Otros, por último, creen posible lanzar un movimiento político que se haga eco de las convulsiones que sacuden el panorama político europeo y que levante una bandera nueva. Ahora bien: ese proyecto, si se limita al mero campo de la competencia electoral, está de antemano condenado al fracaso. ¿Por qué? Porque se olvida que toda acción realmente regeneradora ha de tener vocación mayoritaria, y una acción política "alternativa", en las actuales circunstancias, se encuentra abocada inevitablemente a la marginalidad. Y eso sin entrar en otra cuestión, a saber: la trascendencia que para la guerra de valores pueda tener que un grupo parlamentario vote sí o no a tal o cual artículo de la Ley de Costas, por ejemplo.

En general, todas estas opciones tienen un defecto que para nuestro análisis se convierte en un obstáculo insuperable: una visión deformada del mundo y un análisis incompleto -o, a veces, simplemente delirante- de la realidad. Porque lo que la realidad nos dice es que resulta imposible practicar un cambio social si antes no se ha cambia do la visión del mundo de esa sociedad.

Aquí, en España, tenemos un ejemplo muy cercano: el del franquismo. Francisco Franco dispuso en España de un poder casi absoluto, quizá la mayor concentración de poder en unas solas manos desde Felipe II. Durante treinta y seis años, todo el aparato del Estado, todos los periódicos, todas las cátedras, todas las élites sociales, todos los recursos de una nación estuvieron bajo el control de su régimen, y ello sin que se pudiera hablar de una oposición organizada y eficaz. Pues bien: a finales de los años cincuenta, la Universidad empezaba a ser ya de izquierdas; en los años sesenta, la prensa y hasta la propia Iglesia empezaban a rebelarse; a finales de los sesenta y primeros setenta, circulaban libremente por Madrid y Barcelona los libros de Marcuse, Althusser, Sartre y Wilhelm Reich, santones de las revoluciones estudiantiles en Berkeley y París, mientras Nietzsche seguía proscrito por el miope veto eclesial. En 1975, todo el país era "progresista"; la misma élite política que condujo los últimos años del franquismo pasaba a dirigir los primeros años de la democracia. Hoy, según dicen las encuestas, Franco es odiado por más de la mitad de la población española. La élite intelectual de la hora presente trata de legitimar nuestro sistema precisamente por referencia a un "odioso pasado fascista" que fue el franquismo.

Y es que Franco ganó la guerra civil y ganó después la guerra de la economía, pero no supo ganar la batalla de las ideas. A pesar de casi cuarenta años de poder, nadie supo evitar que la sociedad española se convirtiera en lo que es hoy. Franco nos dio coches, lavadoras, viviendas, carreteras, pantanos y paz social, pero no nos dio ideas, no supo legitimar su régimen con un discurso fundador, y por eso acabó pasando por la Historia como un paréntesis de prosperidad económica... y nada más. Abortada la experiencia falangista y desarticulado el tradicionalismo por su incapacidad para hacer frente a los problemas sociales, el régimen de Franco quedó sin una visión del mundo. A la misma hora en que la izquierda tomaba oficialmente el poder cultural en Europa (un poder que ya había ganado muchos años antes), los gobiernos de Franco abrazaron como única ideología la tecnocracia, que se convertía en único destino de nuestro pueblo; pero la tecnocracia, que no es más que gestión, no se siente en la necesidad de determinar ni definir los objetivos sociales. El resultado ha sido el fracaso a largo plazo. El franquismo se apoderó del sistema social, del sistema político y del sistema económico, pero no supo gobernar el sistema cultural; Franco transformó las condiciones sociales y económicas de España, y nadie podrá negarle su gran aportación en ese terreno, pero no fue capaz de desarrollar paralelamente una doctrina social que vertebrara todo aquello; como mucho, se adoptó la doctrina social de la Iglesia, pero tal cosa se hizo en un momento en que la propia Iglesia se las tenía que arreglar con los cambios que le imponía la transformación del mundo. Detrás de los logros técnicos del Estado franquista no había más que aquel inconmovible "macizo de la raza" del que hablaba Dionisio Ridruejo: una masa de ciudadanos neutros y conformistas. El franquismo, en definitiva, no fue capaz de producir una visión de la nueva sociedad que él mismo había creado ni, a fortiori, una visión del mundo. Todos sabemos lo que ha pasado después.

No deberíamos olvidar nunca esa experiencia cuando escuchamos a quienes creen que basta con construir una alternativa política para llegar al poder y modificar el estado actual de las cosas. Incluso si esa "alternativa" se construye con una ideología coherente y compacta, faltará lo fundamental, a saber: que sintonice con la masa social; y esa sintonía jamás se producirá si antes no se han modificado los valores dominantes. Todo lo más, esa plataforma política quedará atrapada por la siguiente disyuntiva: o bien alejarse del discurso dominante, y entonces aceptar una existencia minoritaria, marginal, o bien permanecer dentro del discurso dominante y ganar votos -pero entonces su capacidad alternativa se diluirá como un azucarillo-. La consecuencia es obvia: si alguien pretende hoy realmente regenerar nuestra sociedad, lo primero que debe hacer es transformar sus valores; y para transformar esos valores, el camino no es el de la liza política a corto plazo, sino el de una guerra cultural a largo plazo y sin cuartel, un combate que podríamos denominar con la fórmula de Nietzsche: Gran Política, o también con esa otra palabra que ha conocido un notable éxito en los últimos años: Metapolítica.


7. La enseñanza de la Historia: la mecánica del poder cultural

Por otra parte, ésta ha sido la enseñanza de la Historia: no hay conquista posible del poder político si no hay conquista previa del poder cultural. Podemos evocar numerosos ejemplos de cómo se ha cumplido siempre este axioma. La Revolución Francesa jamás hubiera sido posible si antes las "Sociétés de pensée" no hubieran operado una revolución en las conciencias: de ser un simple grupo de filósofos a principios del siglo XVIII, estas sociedades terminaron constituyendo una red que abarcaba desde los académicos hasta el último maestro rural, y que por todas partes ex tendía un mismo mensaje, un mismo objetivo: el ideario de las Luces.

Hay otros ejemplos igualmente evidentes. Fijémonos en los grandes líderes nacionalistas románticos del siglo XIX: el italiano Mazzini, el alemán Jahn, el húngaro Petofi, el danés Grundtvig, el polaco Mickiewiez, el irlandés Pearse... Todos ellos, sin excepción, empezaron su tarea por el mismo camino: los libros, los periódicos, las aulas de cultura popular, las asociaciones festivas tradicionales, las ligas de estudiantes, etc. Hablemos también de la Escuela de Frankfurt, último avatar de la izquierda occidental: autores como Adorno, Horkheimer y Habermas son prácticamente desconocidos por el gran público, pero la gran mayoría de los profesores universitarios de toda Europa -y muy especialmente los de "Letras"- se han formado en las teorías de estos autores, con frecuencia deformando sus tesis más o menos según conviniera; así la Universidad sigue estando en manos de la más rancia izquierda.

En definitiva, estamos ante la necesidad de comprender el mecanismo del poder cultural y aprender a manejarlo. Si de verdad queremos regenerar nuestra comunidad y transmitirle unos ciertos valores, hemos de estudiar el terreno, evaluar nuestras posibilidades y lanzarnos a ese campo. Podríamos proponer cinco vías de acción.

o Primera: hemos de tomar conciencia de en qué momento histórico estamos y qué posición queremos tomar respecto a las fuerzas, en presencia.

o Segunda: hemos de ser capaces de crear un discurso de ruptura y emitirlo en diferentes tonalidades, para que pueda ser utilizado bajo diferentes formas tanto en una universidad de verano como en un comentario periodístico, tanto en un poema como en un culebrón, tanto en un ensayo filosófico como en un libro de divulgación científica.

o Tercera: hemos de llegar a otorgar una nueva dimensión mítica a nuestras ideas, una dimensión poética, para despertar la sensibilidad popular.

o Cuarta: hemos de suscitar compromiso intelectual, que los intelectuales lo sean orgánicamente, que vivan inmersos en una comunidad de acción y que permanezcan entregados a la teoría sin olvidar que entre la teoría y la acción existe una relación vivificante.

Cubiertas esas etapas, podremos empezar a pensar que estamos librando la batalla en los términos que nuestra situación histórica exige.

8. Articular el movimiento

¿Cómo hacer todo eso? El objetivo es ambicioso. Pero hemos de saber cómo estructuramos, qué forma orgánica adoptar y qué dimensión darle, para que el Proyecto no se disuelva en una mera acumulación de iniciativas individuales y para que pueda realmente estar presente en la sociedad. ¿Cómo organizar la resistencia?

No se trata de crear un partido político, porque un partido se ciñe a la vida política primaria, mientras que nuestro horizonte es más ambicioso que el de ganar unas elecciones. Pretendernos una acción global, una Gran Política que reconstruya los referentes perdidos de nuestra cultura. No creemos que la solución esté en uno de esos grupos hoy abundantes, que nacen de un desvarío momentáneo y obedecen a la fragmentación de este occidente convulso. Aspirarnos a algo más amplio, algo arraigado en fuerzas profundas, anclado en la lucha existencial por una visión del mundo. Por eso elegimos el término "movimiento". Nos proponemos crear un movimiento renovador de la sociedad. Un movimiento comunitario capaz de suscitar una acción social, exterior, y al mismo tiempo una construcción personal, interior.

Un movimiento es algo capaz de poner en marcha sensibilidades muy distintas, vocaciones dispares, aspiraciones plurales y planteamientos de vida diferentes. El movimiento es de carácter universal, histórico y aglutinante. Su motor son las ideas, es decir, un conjunto de valores, de principios firmes, una visión del mundo y una manera de vivir y de trabajar. Pero no se trata de una realidad estática: por el contrario, ha de ser móvil y capaz de evolucionar en función de las condiciones objetivas de la sociedad que nos rodea.

Teniendo en cuenta tanto la situación actual de nuestras posibilidades como la propia estrategia que extraemos de nuestra visión del mundo, nos proponemos articular la construcción del movimiento en dos fases sucesivas. La primera será la de la lucha cultural: crear un foro cultural e intelectual, una plataforma de exposición y debate de ideas que puede aglutinarse en torno a una revista, un círculo o un aula cultural y unas actividades paralelas que cimenten la cohesión interna. Ese es el estado actual del Proyecto Aurora: somos un Foro de Discusión. Se trata de constituirnos como corriente de opinión dentro de la sociedad. En su seno pueden darse cita orientaciones dispares: lo importante no es la coincidencia doctrinal, sino el interés por la labor que se está desarrollando. Pero a esa dimensión externa hay que añadir una dimensión interna: la creación de una comunidad que sea el motor (interior) del movimiento (exterior). Sería absurdo abrir un banderín de enganche para desocupados: los miembros del Proyecto Aurora han de coincidir en la crítica al sistema desde la perspectiva enunciada anteriormente, así como ser fieles a un cierto estilo de conducta y convivencia. Todo el mundo puede participar en las actividades externas del Proyecto Aurora; pero sólo los que compartan una cierta visión del mundo y un cierto estilo aceptarán ser miembros del Proyecto Aurora. Por eso, junto a la acción exterior desde el foro cultural, es preciso potenciar la formación interna, comunitaria: la coherencia en lo ideológico debe compatibilizarse con la coherencia en el modo de vida. Esa es también la razón por la que no puede definirse nuestro Proyecto como una "asociación de intelectuales": el objetivo es defender unos valores, y es obvio que, en esta primera fase, son los intelectuales los más capacitados técnicamente para cumplir esa función "exterior", pero el combate va mucho más allá, hasta la creación de un cierto tipo de vida, y en esa labor pueden -deben- participar todos los que lo deseen.

Definidos los principios -tanto en la visión del mundo y en el discurso público como en la cualidad interior de los miembros de la comunidad-, puede darse el salto hacia la segunda fase del movimiento, que es la de la acción social ya no como simple foro de ideas, sino como movimiento renovador abiertamente declarado. Tras la fase cultural, podríamos definir esta segunda fase como "revolucionaria". Su meta es construir un mundo nuevo. Para ello es preciso una unidad de acción y una unidad de principios. Se trata de llevar a la sociedad un cuerpo básico de principios en el que todos, sea cual fuere su formación, puedan reconocerse. Ese cuerpo doctrinal tiene que ser capaz de suscitar adhesión en amplias capas de la población y apoyar una labor formativa y educadora ligada a la vida cotidiana; tiene que ofrecer una alternativa global al sistema para que cada individuo sea un baluarte existencial de esos principios. El movimiento, en definitiva, ha de ser capaz de crear por sí mismo una sociedad dentro de la sociedad, un mundo libre y nuevo dentro del mundo viejo y esclavo contra el que se levanta.

En ambas fases hay un elemento permanente: esa comunidad de combate por una visión del mundo que pretende ser el Proyecto Aurora. Por eso es necesario asumir desde el principio la militancia como una entrega personal y decidida al objetivo. Al mismo tiempo, es preciso desarrollar un estilo de vida que permita a todos sentirse parte orgánica del conjunto. La solidaridad, la responsabilidad, el rigor, la seriedad, el respeto, la confianza, la libertad, la dignidad, la honradez, la fidelidad... Cada uno ha de encarnar los valores que la comunidad defiende. No se renovará la vida social si antes no somos capaces de transportar dentro de nosotros mismos los valores que defendemos. La acción exterior siempre será reflejo de la cualidad interior. En la medida en que se logre la cohesión y la solidez de la comunidad, será más o menos fácil alcanzar los objetivos propuestos.

9. La liberación

¿Qué queremos? Que nuestro mundo recobre la humanidad de lo orgánico y que resuciten los valores que permitían al hombre encontrar un sentido en la vida. ¿Cuál es el mejor camino para acometer esa tarea? Actuar sobre los propios valores, sobre la cultura de nuestra sociedad. ¿,Cómo podemos hacer eso? Apostando decididamente por la batalla de las ideas y construyendo un movimiento capaz de llevar a cabo la tarea. Eso fue lo que se concluyó en la Jornada de Torrelodones.

El manifiesto del Proyecto Aurora dice: "Las fronteras están en las almas, porque son las almas las que experimentan la carencia de sentido de esta civilización. La contestación, por tanto, ha de venir de las almas: son el pensamiento y el sentimiento los que deben levantar acta de la situación presente y proponer caminos nuevos".

Páginas atrás hemos citado a Friedrich Jahn, el líder del movimiento Joven Alemania. Retrocedamos casi dos siglos y situémonos en el momento en que Jahn lanza su llamada contra las tropas napoleónicas: "En principio -decía Jahn- no somos más que gentes de buena voluntad. Nuestra tarea es poner en marcha el movimiento de liberación. ¿Cómo? No lo sé. Pero sí sé que el primer combate que hemos de librar está en las almas. ¿Por qué nuestro pueblo es pasivo? Porque su alma está enferma. Por eso ha perdido la esperanza y la confianza. Pero nosotros podremos devolvérselas por la palabra, explicándole que ningún poder es invencible ni eterno. Hay muchos ejemplos de poderes que se desmoronan. Seamos, cada uno de nosotros, un modelo de comportamiento para nuestro pueblo; enseñémosle el orgullo, cada uno en su ámbito, pero, sobre todo, en los centros de educación".

No se puede resumir mejor el combate del Proyecto Aurora.

 

II. Pistas para un discurso de contestación: las ideas del Proyecto Aurora

1. La hora de las grandes afirmaciones

En tiempos de crisis, es fácil que cunda el desánimo. Ha caído la noche y el horizonte se ha cerrado; en esas condiciones, ¿quién no siente la tentación de echarse a dormir? Sin embargo, ninguna noche es eterna. Por el contrario, la oscuridad anuncia siempre el retorno del alba, la Aurora. La crisis que hoy vivimos no es el último acto de la existencia humana sobre la tierra: basta mirar la Historia de nuestros pueblos para darse cuenta de ello. Vendrán nuevos tiempos y -seguramente- nuevas crisis. Pero tampoco estamos ante un episodio circunstancial, una enfermedad pasajera de ese "mejor mundo posible" que cantan los exegetas de la modernidad occidental. La crisis presente ha agudizado las contradicciones del sistema dominante y de la ideología que lo sustenta hasta unos límites inauditos: quienes aguardaban un mundo de felicidad edificado sobre el patrón del mercado han de asistir, impotentes, a la quiebra de su modelo económico, el des crédito de sus sistemas políticos y la disolución de sus culturas desarraigadas. Podemos decir, sin temor a errar, que estamos en una fase decisiva de nuestra historia. Así las cosas, sólo hay dos opciones: o aceptamos la invitación del sueño, y entonces nos resignamos a llevar la existencia pasiva que el sistema dominante espera de nosotros, o escogemos guardar vela hasta que amanezca, y entonces estamos obligados despertar a los demás. Si el Proyecto Aurora ha nacido es precisamente para eso: para despertar conciencias.

Para nosotros ha llegado la hora de las grandes afirmaciones. Durante siglos, la ideología del mundo moderno se ha empeñado en manipular la realidad para encajarla en sus moldes ideales, un mundo de fantasía creado por un racionalismo sin alma. Algunos llaman a eso Utopía. También podríamos llamarlo Desastre. Hoy ese mundo de mentira hace agua por todas partes. Y no podía ser de otro modo, porque la realidad siempre termina vengándose de quien la ha querido negar. En esa tesitura, en una época de incertidumbres donde la verdad se ventila en el mercado de la opinión, nosotros reclamamos aquello que el Zaratustra de Nietzsche llamaba "la habilidad del persa", a saber: decir la verdad y disparar bien las flechas.

Pretendemos una reconciliación con el mundo. Una reconciliación con todo aquello que el descarnado racionalismo moderno ha negado y que, sin embargo, constituye la esencia de lo humano: la naturaleza orgánica de todo lo vivo, la diversidad de las culturas, la permanencia de lo sagrado, la cualidad comunitaria del hombre... Proponemos por tanto una visión del mundo completa. Nosotros amamos la realidad. Y tanto la tradición como la ciencia nos están diciendo que la realidad está ahí, en esos elementos permanentes que el racionalismo moderno, un día, quiso negar. La realidad tiende, pues, un puente entre el viejo espíritu tradicional de nuestros pueblos y las conquistas del conocimiento contemporáneo.

Nuestra visión del mundo acepta la realidad sin violentarla. Todas las esferas de la vida quedan integradas así en un orden jerárquico y orgánico. La teoría y la práctica, el pensamiento y la vida, el arte y el trabajo, el individuo y la comunidad, la religión y la ciencia, el placer y el deber... Todo se vincula con todo en una misma armonía, ora polémica, ora pacífica. Nuestro trabajo es sacar a la luz la interrelación que existe entre todas las cosas y otorgarles un lugar. Podemos llamar a esa operación "el reencuentro con el Ser".


2. El hombre nuevo

El entorno dominante mantiene una poderosísima fuerza de seducción hacia su universo de valores. Nadie parece poder escapar a su influjo. Sin embargo, aún somos capaces de reavivar en nosotros una llama de resistencia contra ese beso del sueño que es el poder de la modernidad.

Ante un mundo que se derrumba, afirmamos el necesario advenimiento de un tiempo nuevo. Pero todo movimiento humano se hace desde dentro hacia fuera. Por eso, del mismo modo, afirmamos también la llegada de un hombre nuevo. Tal hombre nuevo, evidentemente, no es ese ser ficticio concebido por el mesianismo comunista, ni ese otro Narciso hedonista y sin memoria que nos propone el llamado "nuevo orden del mundo", sino que es el hombre de verdad, el hombre íntegro, el hombre que abraza el mundo con ese mismo espíritu trágico y heroico con que lo hicieron nuestros mejores antepasados. Allá donde haya un baluarte contra la descarnada civilización de la técnica y sus servidumbres, allá se están forjando los valores y los símbolos de una época nueva.

Nuestra misión más importante es edificar poco a poco, en nosotros mismos, los cimientos de ese hombre nuevo, ese hombre eterno ligado a la vida y que vuelca en la vida su cualidad interior. De nada sirve una concepción del mundo si está escindida de la vida. Lo que se tiene o lo que se hace sólo tiene valor por lo que se es. Por eso es crucial Ia formación en acción de la persona.

Fijamos la vista en el hombre de la antigua tradición europea, hoy interrumpida por un quebranto de siglos de decadencia. Es el nuestro un hombre arraigado en el pasado, en los dioses, los héroes y los mitos de una cosmovisión no del todo perdida. Pero lo hace con la mirada abierta hacia el futuro, porque él es nuevo y viejo a la vez. En definitiva, es el hombre que regresa a casa tras muchos años de exilio.


3. La dimensión espiritual

No es verdad que los dioses nos hayan abandonado. Más bien, somos nosotros quienes les hemos abandonado a ellos. El debate central de nuestro tiempo es el que opone lo sagrado y su negación. Nosotros no vamos a entrar en él para alumbrar una nueva religión -una de las tentaciones más características de este fin de ciclo-, sino para elaborar una concepción real del hombre y para revitalizar la idea de lo sagrado que existió en nuestra tradición heredada.

Dentro de una nueva Antropología realista, es preciso constatar la primacía de la dimensión espiritual del hombre, soslayada por las ideologías de la modernidad. Hay que subrayar que el abandono de la espiritualidad es un fenómeno único y exclusivo de esta época y de la civilización técnica de Occidente, con graves consecuencias en todas las esferas de la vida.

Por otra parte, como hombres vinculados a nuestro pasado sabemos que no somos libres ni de romper con él ni de adoptar una visión limitada del mismo, seleccionando sólo aquello que nos resulte más cómodo. El Proyecto Aurora mantiene una actitud de absoluta tole rancia para con las diversas vías espirituales que han alimentado la vi da religiosa de todos los pueblos. Al mismo tiempo, consideramos especialmente importante elucidar y rescatar la idea de lo sagrado que descansa en la cultura europea para reencontrar así nuestra identidad.

Creemos que es necesario profundizar de manera científica -es decir: objetiva, realista, tratando de ver las cosas como son- en la herencia recibida, para retomar el contacto con nuestra tradición y, simultáneamente, transmitir la necesidad de reespiritualizar nuestra época y devolver a lo sagrado sus atributos.

4. La idea comunitaria

El hombre es un ser social por naturaleza y por cultura. El hombre es tal en la medida en que crea comunidades. El atroz individualismo implantado por la visión economicista del mundo ha convertido la sociedad en un agregado sin forma constituido por la suma arbitraria de unos individuos anónimos, sin raíces y sin pasado. Pero tal sociedad es una ficción que crea desórdenes y desequilibrios de todo género, porque ignora deliberadamente aquello que es específicamente huma no. Nosotros, por nuestra herencia, pertenecemos a una determinada comunidad humana que se aprehendía a sí misma como comunidad histórica. Esa comunidad viene definida por multitud de parámetros culturales, lingüísticos, étnicos, etcétera. Hoy el sistema trata de eliminar sus últimos restos so pretexto de "cosmopolitismo". Pero ningún pretexto puede ocultar la verdadera naturaleza de esa operación: el exterminio. Nuestra obligación es enfrentarnos a ese exterminio y pugnar por la revitalización de la idea comunitaria.

Esta idea comunitaria lleva implícita la propuesta de un determinado orden social. Se trata de un orden que echa sus raíces en dos polos complementarios: la persona y la comunidad, y ello a través de sus células tradicionales: familia, cuerpos intermedios, estamentos, corporaciones, empresas, ayuntamientos... Si queremos superar las tendencias disgregadoras de nuestro tiempo -individualismo, desarraigo, pérdida de la identidad cultural, lucha de clases, separatismos, etcétera- es preciso revitalizar el papel de las instancias más próximas a la persona. Uno de los instrumentos necesarios para llevar a cabo este cambio en profundidad ha de ser el replanteamiento de la función del Estado: la misión del Estado es la de ser un instrumento al servicio de la comunidad popular, y no, como ocurre actualmente, un mero aparato técnico de opresión social a través de un obsesivo control burocrático de todos y cada uno de los ciudadanos. Todos los problemas de legitimidad del Estado contemporáneo provienen, en buena medida, del hecho de que el Estado se haya desligado de las características culturales e históricas de la comunidad. Apostamos por la soberanía del Estado que sirve al pueblo, en todas sus dimensiones, frente a la tiranía de los grupos de presión y las componendas económicas internacionales. Proponemos insuflar en el Estado una dimensión humana y comunitaria.


5. Una nueva economía orgánica

De nuestra visión comunitaria de la sociedad se deriva naturalmente un replanteamiento general no sólo de las ideas económicas vigentes, sino del mismo fundamento de la economía. Nadie parece plantearse hoy cuál es el objetivo, el fin último de una política económica. El desorden provocado por los actuales ciclos económicos, sometidos al caprichoso movimiento del dinero es de tal magnitud que se hace necesario echar nuevos cimientos. Porque el objetivo de la actividad económica no es la propia economía: no es sólo luchar contra la inflación, o mantener un índice de crecimiento elevado o -mucho menos- que el dinero fluya "libremente", sino que el objetivo último ha de ser el servicio a la comunidad. Y esta afirmación, que a primera vista parece una obviedad, supone por el contrario un cambio cualitativo de gran importancia respecto a las ideas vigentes, que han convertido la economía en una disciplina sin más rumbo que ella misma.

Desde nuestro punto de vista, la actividad económica debe tender a su subordinación a los fines sociales y a los objetivos políticos. El lugar de lo económico no puede separarse de lo político y de lo social, sino que ha de estar integrado con ellos en armonía orgánica. La empresa constituye el mejor ejemplo de esta operación: hoy la empresa no es más que una máquina, pero, por su esencia, cabría concebirla como el lugar donde lo humano y lo económico se funden. Esa es nuestra idea de la economía: una idea, insistimos, armónica. Para conseguir tal armonía es preciso desembarazarse de las doctrinas actuales del economicismo, el consumismo y el librecambismo mundial. Lo económico no puede estar sujeto a la tiranía del dinero, sino que ha de supeditarse a las realidades y a los fines de rango superior, estrictamente comunitarios. Para ello hay que reivindicar la protección y potenciación de la propiedad personal y corporativa, frente a la expropiación de hecho que está ejecutando el capitalismo internacional. Por la misma razón, es capital recuperar el control político de los bancos centrales y la capacidad del Estado para emitir su moneda, así como la lucha contra la usura y contra esa nueva esclavitud nacida del préstamo a desmesurado interés.


6. Naturaleza y comunidad

La tecnificación progresiva de los entornos humanos ha traído una destrucción de la naturaleza, destrucción enmascarada bajo el nombre del progreso. Actualmente, la propia ciencia ha puesto de relieve las graves repercusiones que para la vida humana -y para el planeta entero- acarrea la llamada "explotación de los recursos naturales". Del mismo modo, la reclusión de grandes masas de la población en enjambres inhumanos constituye una traducción a la vida diaria de la ruptura entre el hombre y la naturaleza.

Pero esto no siempre fue así, ni lo es actualmente en extensas áreas del planeta. Es verdad que la transformación del entorno es una de las formas humanas de estar en el mundo, pero sólo hoy tal transformación ha llevado a una situación tan crítica. Los orígenes de esta patología hay que rastrearlos en la visión del mundo propia del hombre moderno. La desespiritualización del mundo, la desacralización de la naturaleza y la desinstalación del hombre en su entorno natural ha terminado convirtiendo la naturaleza en mercancía.

Por el contrario, nuestra visión del mundo busca armonizar lo humano y lo natural. Del mismo modo que defendemos la idea orgánica como base de nuestro orden social, así concebimos la naturaleza como miembro de pleno derecho dentro de nuestra comunidad. La nuestra es una actitud auténticamente ecológica ante la vida- promover la defensa de la naturaleza, proteger el medio ambiente, organizar sin traumas la humanización del entorno y plantear una forma de vida natural, austera, sencilla y alejada de la excesiva artificialización de la gran urbe.

Uno de los pilares de este combate ecológico bien entendido es la defensa de la cultura agraria. Frente a la forma de vida industrial y urbana, que genera masas uniformes y grises, el campesinado representa la unión directa a la tierra y el esfuerzo orgánico de una sociedad con raíces.


7. Por la libertad de los pueblos, contra el nuevo desorden mundial

Hace tan sólo unos pocos años que los voceros del sistema vienen pregonando el advenimiento de un Nuevo Orden Mundial que solucionará las violentas convulsiones de nuestro siglo. La idea ha sido discutida por pocos, y de estos pocos, menos aún han sabido oponer una resistencia fundamentada a la irrupción de esta pretensión chulesca.

E! Nuevo Orden Mundial nace como consecuencia de la quiebra, por agotamiento, del poder soviético. Sin embargo, sería equivocado pensar que supone una victoria de un hipotético "mundo libre". Más bien, de lo que se trata es de la victoria definitiva de la visión moderna del mundo. Es preciso mirar los acontecimientos desde la perspectiva histórica. Desde el siglo XVIII, la ideología moderna siempre ha manifestado su ambición -así en Kant- de extenderse a escala planetaria. Para alcanzar ese objetivo había que vencer un obstáculo: los poderes tradicionales, simbolizados en la alianza entre el trono y el altar. La historia del siglo XIX y de parte del siglo XX es la historia de la guerra entre el mundo antiguo y el mundo moderno. La victoria final de este último, empero, no significó la pacificación final, sino que dio paso a una guerra civil entre dos concepciones distintas de la modernidad: el liberalismo y el marxismo, una guerra denominada "fría" que ha ocupado casi toda la segunda mitad de nuestro siglo. La caída del Muro de Berlín y la disolución de la URSS, víctima de sus propios errores, ha cerrado esta etapa de guerra civil y ha supuesto el triunfo de la versión liberal de la modernidad. Con todo, la pretendida paz final no ha llegado todavía, sino que la modernidad entra ahora en la última fase de su proyecto de dominio: la guerra contra todos aquellos pueblos y culturas que pretenden seguir su propia vía tradicional, y no la vía impuesta por el Occidente moderno. A esa operación de asalto final se le ha denominado "nuevo orden del mundo".

El Nuevo Orden Mundial no se impone como un dominio militar o político, sino que su objetivo es dominar las conciencias y los comportamientos mediante la instauración de unas aspiraciones sociales e individuales susceptibles de lograr la aprobación de todos y cada uno. Esas aspiraciones pueden definirse de forma muy simple: el bienestar económico individual y la sumisión colectiva a las reglas del mercado mundial. El individualismo y el economicismo son los dos ejes del orden social y político que corresponde a esta nueva fase de la modernidad. Tal paraíso de contables -ya presente en Marx, por otro lado- es expuesto por los aparatos ideológicos del sistema -medios de comunicación, clase intelectual oficial, etc.- como aspiración legítima e irrenunciable de todo hombre y toda sociedad. Identificado con la libertad universal, el individualismo economicista se convierte en el único punto de referencia válido para toda reflexión. Todo lo demás queda condenado como "regresivo" o como "peligroso". Milan Kundera definió este anhelo moderno de unificación universal con una aguda frase: "La unidad de la humanidad significa que nadie pueda escapar a ninguna parte". Nace así una nueva dictadura de proporciones inimaginables.

Desde nuestro punto de vista, sin embargo, este "nuevo orden del mundo" no va a ser capaz de desarrollar la última fase de su operación de dominio, en la medida en que el sistema sociopolítico que lo sustenta ha dejado ver ya sus muchos puntos débiles y, especialmente su incapacidad para entender la verdadera dimensión del hecho humano, en la medida en que las especificidades culturales, históricas o étnicas, negadas por el Nuevo Orden Mundial y condenadas con los epítetos de "fascismo", "fanatismo", "integrismo" o "nacionalismo", resurgen sin embargo por todas partes en el mismo momento en que se creía haberlas aniquilado. Y es que el Nuevo Orden Mundial adolece de la misma insuficiencia antropológica que ha caracterizado a las ideologías de la modernidad: una visión falsa, inadecuada e imaginaria de la naturaleza humana. Nosotros, por el contrario, partimos del realismo antropológico y, gracias a las ciencias contemporáneas, hemos aprendido que el hombre es inseparable de su herencia cultural e histórica. Por eso creemos descubrir en el Nuevo Orden Mundial un nuevo intento de tiranizar la naturaleza humana, comparable por sus dimensiones y por sus consecuencias al del comunismo soviético.

A nuestros ojos, en efecto, el Nuevo Orden Mundial no es más que una inmensa masacre de pueblos, de culturas y de tradiciones, sacrificadas en el altar de una hipotética sociedad de consumo planetaria. En ese sentido, nuestro trabajo seguirá dos vías: por un lado, la denuncia implacable de ese nuevo totalitarismo moderno y de aquellos poderes que bajo apariencia de paz, democracia, cosmopolitismo y progreso alimentan semejante operación de dominio; por otro, la defensa activa de todo cuanto hace de los pueblos y de los hombres entidades únicas, diferentes e irrepetibles: culturas, razas, religiones, tradiciones... No es cierto que la alteridad, la diferencia, suponga una amenaza para la paz en el mundo, porque el mundo se ha caracterizado siempre, precisamente, por albergar pueblos y hombres distintos, y eso es lo que constituye su riqueza. Es más bien al contrario: es el Nuevo Orden Mundial y su tiránico mercado mundial quienes representan una grave amenaza para las diferentes formas humanas de estar en el mundo. Frente al torvo proyecto de crear un mundo triste y gris, habitado por homúnculos fabricados en serie, reivindicamos el derecho a la diferencia y a la identidad de todos los pueblos y razas del planeta.

En coherencia con esta idea, consideramos urgente que los pueblos de Europa vuelvan a tomar conciencia de su verdadera identidad histórica. Desde nuestro punto de vista, los pueblos europeos han sido la primera víctima de la rapacidad ideológico-política del sistema. Este mundo de técnica ciega y de economicismo mundialista no es la única cara de Europa, y diremos más: tal horror se ha construido precisamente contra Europa, contra sus tradiciones y sus culturas, contra su verdadera identidad. Este Occidente moderno, motor del Nuevo Orden Mundial y sometido a los Estados Unidos, no es del mismo linaje que aquel otro viejo occidente europeo de reyes, sabios y emperadores. Por tanto, el Proyecto Aurora se manifiesta abiertamente hostil al occidentalismo de nuestros días, mera máscara retórica de intereses económicos transnacionales.


8. La "vuelta a casa"

La sensibilidad que nosotros proponemos no puede aceptar la con signa del discurso actualmente dominante, según el cual toda vinculación histórica es un estorbo para el individuo. Por el contrario, el tipo de hombre en que nos reconocemos abraza con gusto sus raíces, por que posee conciencia de su dimensión histórica, de hallarse ligado a un pasado y a una comunidad que proyecta en él su supervivencia. Nosotros consideramos que, por ser lo que somos, es nuestra obligación garantizar la continuidad y el crecimiento de la herencia que hemos recibido. Esa toma de conciencia es lo que entendemos por "vuelta a casa".


8.1. El Proyecto España

Nuestra comunidad histórica se llama España. Nos reconocemos en la historia rica, difícil, trágica y tantas veces gloriosa de nuestro país. Pero en tanto que españoles, y precisamente por serlo, reconocemos también proyecciones distintas, "por arriba" y "por abajo", de nuestra comunidad.

"Por abajo": la realidad española no es homogénea, sino que alberga en su seno peculiaridades regionales más acentuadas que en otros países europeos. Nosotros, que tenemos una visión del mundo organicista, pluralista y diferencialista, no encontramos oposición entre la identidad vasca o catalana, por ejemplo, y la española. Todas esas oposiciones son producto de la visión moderna del mundo, que tiende por naturaleza a homogeneizar todo cuanto toca. Para nosotros, por el contrario, España sólo existirá como comunidad si es plural y si transporta con respeto la identidad de sus pueblos, del mismo modo que esos pueblos sólo tendrán un destino si se proyectan en España.

Y "por arriba": el papel de España a lo largo de la historia no es el de una isla encerrada en sí misma, sino que ha sido el de motor de la historia universal. España sólo ha alcanzado plenitud como nación precisamente cuando se ha volcado hacia fuera y ha acometido empresas que iban mucho más allá de nuestro interés particular. La España aislada del mundo, encerrada en su propia existencia, no ha existido más que en contados episodios de nuestra historia, y no han sido, ciertamente, los episodios más brillantes. Basta examinar la historia para percibir que nuestro destino no está en el cultivo absorto de un maltrecho ego nacional, maldiciendo con envidia la sombra de nuestros antepasados, sino en la decidida inmersión en el mundo, proyectando lo que somos más allá de nosotros mismos.

La formulación de esos tres niveles: regional, nacional y supranacional, define nuestra circunstancia, así como la de otros pueblos. Los problemas vienen cuando se alteran las relaciones entre estos tres niveles, generalmente por hipertrofia de la función de alguno de ellos, lo cual produce tensiones y desórdenes de difícil solución. Hoy asistimos a manifestaciones de esos desórdenes que bajo la forma de hipernacionalismos, separatismos o mundialismo puro y duro, están desestabilizando el equilibrio de España.

A este respecto, es oportuno hacer algunas precisiones. El Proyecto Aurora contempla con ojos sumamente críticos el concepto moderno de nación y, en especial, la carga afectiva que hoy posee, causante de numerosos equívocos. Creemos que hay que superar el nacionalismo como idea ilustrada y redefinir el concepto de nación, en la medida en que el primero ha demostrado, al cabo, unos efectos devastadores incluso sobre la propia identidad de las naciones que se han acogido a él. Nosotros preferimos entender la Nación como una identidad puesta en marcha a través de la historia, una comunidad de destino en el sentido de Frobenius. Y sobre los dos polos de esa definición: la identidad-comunidad y la historia-destino, articulamos nuestra visión del presente problema nacional de España.

Por nuestra parte, nos declaramos vinculados de manera irrenunciable a la idea de España, del mismo modo que lo estamos a la sustancia de todos y cada uno de los pueblos que la componen. La herencia que recibimos es ésa: una y al mismo tiempo plural, y nuestro objetivo es encontrar las fórmulas que detengan la fragmentación de nuestra tierra.

Por una ironía del destino, a las puertas del siglo XX1 se hace realidad para nosotros el viejo mito godo de la "España perdida". En ese sentido, el Proyecto Aurora quiere expresar su intención de recuperar el alma de España. Es preciso recuperar España, regenerarla. ¿Cómo? Es ya casi un lugar común la constatación de que las grandes naciones se crean y fortalecen como tareas colectivas, como empresas que aglutinan a hombres y pueblos dispares pero que guardan semejanzas esenciales. España se muere porque se muere su razón de ser, su proyecto, y a nuestra generación le corresponde la tarea de fijar un proyecto histórico que signifique su vuelta a la vida. Ese proyecto, en la época de la economización de la vida, ha de pasar por la resurrección de lo político como puesta en marcha de fuerzas vitales ajenas al cálculo económico. En este caso, "lo político" significa ser capaces de marcarnos un destino colectivo. Y sobre este punto el Proyecto Aurora no tiene empacho en señalar su aspiración última: la resurrección de Europa. Como hemos señalado páginas atrás, el efecto narcotizante del Nuevo Orden Mundial y de la civilización técnica de masas ha arrancado de los pueblos europeos cualquier proyecto propio y, más grave aun, no ha cesado en su empeño de arrancarles también su identidad, su alma. Si esta "muerte tibia" amenaza al planeta entero es precisamente porque los pueblos europeos ya no son capaces de oponer un núcleo de poder alternativo. Así las cosas, el proyecto de España bien podría consistir en iniciar la resurrección de Europa. España puede ser la cuna del renacer europeo y encontrar en ello el medio para salir de su propia crisis. ¿Por qué no? Sólo seremos capaces de salir de nuestro marasmo cuando ya nadie se atreva a decir "eso no es posible".


8.2. El Proyecto Europa

En nuestra época el concepto de Europa se ha convertido en mito. Pero, paradójicamente, se trata de un concepto de Europa que refleja probablemente lo peor de nuestra historia, en la medida en que esa Europa no es más que un mercado tranquilo y obediente al servicio de los poderes económicos internacionales. La Europa que hasta hace poco se nos vendía como remedio a todos nuestros males es una Europa muerta. No es extraño, por tanto, que el europeismo apenas tenga arraigo popular en España -ni, por otra parte, en otros muchos países europeos-. Entre la vieja Europa emprendedoras madre de genios inmortales y dueña de un pasado grandioso, y esta otra Europa gris de Bruselas, llena de burócratas y concebida como simple zona de regulación económica, media un abismo. Esta Europa que ha renunciado a lo político y que se ha instalado cómodamente en las "delicias" del mercado, corno una furcia cansada, languidece y muere día a día por haber renunciado a su esencia más profunda.

Los europeos que aun guardan conciencia de su pasado no pueden seguir reconociéndose en este vulgar mercado. Un mercado que, por otra parte, ha demostrado su incapacidad para resolver problemas europeos tan graves como la guerra civil yugoslava. Por eso creemos que debe plantearse de nuevo la cuestión europea como un proyecto sugestivo de naturaleza metapolítíca y metahistórica, que no ahorre los lazos con otras civilizaciones igualmente amenazadas por el Nuevo Orden Mundial: entre los pueblos de Europa y los pueblos del Tercer Mundo puede haber un objetivo común. Europa debe volver a ser libre, soberana, dueña de su destino. Y para ello debe volver a ser europea. Pensamos que esta idea encaja perfectamente con el destino que queremos para España: una España que sea la primera piedra de la necesaria construcción de una Europa distinta. El destino que queremos para nuestro país es un destino europeo irrenunciable. Sólo la tensión espiritual de una empresa que vaya más allá de las generaciones presentes puede revertir la tendencia hacia la muerte que hoy nos domina.


8.3. La vía Hispanoamericana

Pero España posee también una segunda proyección supranacional, además de la europea: la hispanoamericana. España no puede renunciar al importante papel que juega respecto a Hispanoamérica, porque ese papel es la herencia de una de las páginas más trascendentales de la historia universal. La dimensión de la obra española en América fue de tal magnitud que ha marcado para siempre nuestro destino.

Sin embargo, es preciso constatar que tanto la interpretación tradicional como la interpretación socialdemócrata de nuestra proyección hispanoamericana han dejado de tener validez. La primera consistía en pensar que el papel de España era el de "faro misionero" en América, madre amorosa de unos pueblos menores de edad que habían de despertar para el Occidente moderno; eso era la llamada "Hispanidad", que ha definido las relaciones entre España e Hispanoamérica hasta bien entrados los años setenta. Con todo, la segunda vía, la socialdemócrata, manifestada con ocasión del Quinto Centenario del Descubrimiento, ha consistido en algo más grotesco, a saber: pedir perdón a los países iberoamericanos por haber conquistado a "sus antepasados", reparar los daños a base de créditos millonarios y, al cabo, facilitar la penetración del Nuevo Orden Mundial en Hispanoamérica por la vía de la Cooperación internacional.

Desde nuestro punto de vista, España no puede seguir pensando que Hispanoamérica es una gran guardería catecumenal, ni que nuestra función consiste en regalar créditos "por lo malos que hemos sido en nuestro pasado". Nosotros proponemos reorientar completamente la cuestión hispanoamericana, y hacerlo desde una perspectiva realista.

En primer lugar, queremos reconocer en la obra de conquista del continente americano uno de los episodios más trascendentales de la historia universal y de nuestra propia historia, que abrió para la civilización europea la mitad del mundo y que fundó pueblos y naciones. Ante la prodigiosa vitalidad de aquella España pasada, capaz de emprender semejantes empresas, no sentimos culpa, sino orgullo.

En segundo lugar, consideramos que la realidad de Hispanoamérica debe ser entendida en toda su complejidad: los pueblos hispanoamericanos no son ni los hijos pequeños de España ni simples "pobres" sobre los que ejercer la caridad y calmar así nuestra mala conciencia, sino un mosaico de pueblos y naciones donde conviven comunidades de diverso origen étnico, de diversas aspiraciones y de diversa visión del mundo, que van construyendo su identidad poco a poco y cuya natural tendencia a la soberanía efectiva ha de ser interpretada como manifestación de vitalidad.

En tercer lugar, hemos de tornar conciencia de la situación histórica: las pretensiones tiránicas del occidente moderno. Así, los pueblos de Hispanoamérica se enfrentan al mismo problema que nosotros: la extensión imparable del Nuevo Orden del Mundo, que trata de someterlos a los imperativos del mercado mundial bajo la máscara del progreso y del desarrollo.

Por último, hemos de levantar acta del peso real de España en Hispanoamérica: una comunidad efectiva de lengua hacia la cual los pueblos hispanoamericanos experimentan sentimientos encontrados, pero que puede permitir a España, en determinadas condiciones, una cierta capacidad de liderazgo.

¿Cuáles son esas condiciones que nos permitirán volcar otra vez hacia Hispanoamérica parte de nuestro impulso? Fundamentalmente, la comunidad de objetivos. Y es evidente que una España empeñada en defender su identidad y en encabezar la resurrección de Europa, puede tender puentes muy sólidos hacia una América cuyo proyecto es el mismo: la resistencia frente al Nuevo Orden Mundial en nombre de la libertad de los pueblos y de su derecho a la diferencia. Una Europa liberada y una América liberada habrán de encontrar un vínculo natural; ese vínculo es España. Consideramos, por tanto, que es viable proponer nuestro destino americano como un liderazgo efectivo en defensa de unos pueblos que se encuentran hoy sometidos a una amenaza neo colonial evidente: la amenaza del capitalismo internacional. Ante esa amenaza, los destinos de España, Europa e Hispanoamérica pueden volver a cruzarse, y a nosotros nos estimula pensar que ésa puede ser nuestra misión.

1 comentario

marcial -

¿por qué avergonzarse del pasado? ¿por qué ese pudor y esa resitencia a llamar las cosas por su nombre? No creo que el alambicamiento pseudointelectual y pseudomístico puedan sacar de las catacumbas a un movimiento que necesita del vigor y la vitalidad de lo inmediato, lo claro y lo evidente.
Todos sabemos cuales son las virtudes que llevaron en el pasado a Europa páginas gloriosas que aún admiramos, a pesar de haber sido aplastados militarmente por la invasión yanqui y asiática.
En otros teimpos no se ocultó bajo una cortina de humo lo que se buscaba, y así se ganaron las masas, con la fuerza y la rotundidad de un movimiento sin escrúpulos.